La luz vibrante, la tierra húmeda, y brumosa, los ríos vaporosos, los humos de las aglomeraciones urbanas, la pincelada suelta, pintar al aire libre… Así me describió mi profesora de arte del colegio lo que era el Impresionismo. Pero yo no me voy a poner a dar clases de pintura del siglo XIX, eso que lo hagan los entendidos. Yo me quedo con los aspectos más ….»folklóricos».
Mis queridos abanicos han sido retratados infinidad de veces. La mayoría, como el eterno actor secundario de una gran película. Si tuviera que elegir, me gustan cómo aparecen en los cuadros impresionistas. De la mano de Renoir, Manet, Degas…. y Berthe Morisot. ¿Quién? ¡Berthe Morisot! ¡Aaaaah claaaro! Anda háblame un poco de ella que no me acuerdo muy bien ……
Hace cosa de un año hubo una exposición en el Museo Thyssen sobre esta pintora francesa, tuve la suerte de visitar la exposición y nos encantó, sus cuadros no tenían que envidiar a los grandes maestros del Impresionismo. Ella pertenecía a ese círculo intelectual que estaba floreciendo en la Francia del siglo XIX, se codeaba con los grandes pintores del momento y fue muy admirada y valorada. Pero volviendo al museo de la Thyssen, la exposición me encantó y a medida que he ido conociendo más obras de ésta pintora he podido descubrir que el abanico era un tema muy común en sus obras.
Sus abanicos aparecen en la mano de mujeres pensativas y ausentes, la mayoría serias y muy elegantes.
Manet la retrató en varias ocasiones siempre con una actitud de tranquilidad y una mirada perdida, tal vez está esperando a que suceda algo…
O simplemente esperando a alguien….
«Niño, ha sonado el portero tiene que ser la abuela, ábrele»
En otras ocasiones, el abanico aparece como el protagonista de la composición, como si pudiéramos ver por un agujerito un rincón de la habitación de una joven a la que su amado acaba de regalarle un ramillete de flores con una carta de amor…. ¡Madre mía esto es demasiado cursi para un viernes!
A veces sus cuadros nos teletransportan a una noche mágica en la Ópera de París, un valls que se escucha al fondo, una joven en el baile, un maravilloso vestido, guantes de seda, perfume de lavanda, labios con carmín y un abanico que servirá para atraer la miradas de los jóvenes casaderos… mmmm ¡Aquí hay tema!
A nuestra querida Berthe le gustaba pintar abanicos, de eso no hay duda.
Sabía como nadie representar ese círculo privado de la mujer, escenas domésticas, secretos y por qué no decirlo algún que otro cotilleo…
¿Sabes que Cécile de Montparnasse repitió vestido en el teatro?
Las largas horas de sobremesa en el jardín con los pajaritos sonando de fondo.
Toda su obras desprenden sensibilidad femenina, claridad en los tonos, los matices de los colores, la delicadeza.
Así pintaba nuestra querida Berthe.
No puedo acabar éste post sin rendir mi peculiar homenaje ah!boniquero, creo que hasta ahora de todas las mujeres ilustres que ocupan mi galería de ah!bonicos es Berthe la que mejor luce un abanico. Y a ella le ha tocado el modelo «casa de Austria». ¡Espero que os haya gustado!
¡Feliz viernes!
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